Los volcanes durante su proceso eruptivo emiten grandes cantidades de gases provenientes de las profundidades del centro de la tierra, estos gases son el producto de la fundición de las rocas a altas temperaturas. Las grietas volcánicas permiten que los gases y el vapor de agua presurizados en el interior del volcán, alcancen la superficie formando lo que se conoce como fumarolas.
Las fumarolas están compuestas principalmente por vapor de agua proveniente de las lluvias, y lo demás está constituido por gases de origen magmático. Sin embargo estos gases –muchos de ellos tóxicos- se encuentran en bajas concentraciones y son generalmente diluidos en la atmósfera. Dentro de los gases que son emitidos por los volcanes tenemos el dióxido de carbono, monóxido de carbono, dióxido de azufre, ácido sulfhídrico, hidrógeno y el flúor.
Los gases pueden ser lavados por las lluvias que son acompañados por las erupciones, provocando lluvias ácidas que podrían impactar seriamente en el medio ambiente; este fenómeno puede ocurrir a kilómetros a la redonda del volcán. Este fenómeno es nocivo pues causa corrosión y daños en las vegetaciones aledañas.
El dióxido proveniente de este proceso eruptivo es más pesado que el aire y puede acumularse en las áreas bajas, alcanzando eventualmente altas concentraciones que pueden provocar serios problemas e incluso terminar con la vida de personas, animales y plantas. Adicionalmente el dióxido puede acumularse en las aguas de los lagos cratéricos, hasta alcanzar grandes concentraciones y ser expulsado violentamente a la atmósfera. El flúor en altos índices es tóxico y puede ser absorbido por las partículas de ceniza volcánica que posteriormente caen sobre el terreno resultando nocivo al caer sobre la vegetación, u otros lugares.